domingo, 12 de julio de 2015

Ciencia ficción, spoon feeding y otras porquerías



Se produjo un impresionante zumbido, la onda de energía procedente de noventa y seis mil millones de planetas. Las luces se encendieron y apagaron a lo largo de los muchos kilómetros de longitud de los paneles.

DwarEv retrocedió un paso y lanzó un profundo suspiro.

—El honor de formular la primera pregunta te corresponde a tí, DwarReyn.

—Gracias, —repuso DwarReyn— será una pregunta que ninguna máquina cibernética ha podido contestar por sí sola.

Se volvió de cara a la supercomputadora.

—¿Existe Dios?

La impresionante voz contestó sin vacilar, sin el chasquido de un solo relé.

—Sí, ahora existe un Dios.

                                                          Fragmento de The Answer, de Fredrik Brown.

                El tiempo pasa y sigo recordando la sensación que me dejó al leerlo. Una sensación que se repite cada vez que termino una buena historia de ciencia ficción. Me pregunté un buen tiempo por qué me gusta tanto este género desde una edad tan temprana. La respuesta (igualmente provisoria) tardó bastante. Cuando era chico pensaba que mis gustos eran tan solo algo del momento. Que al ser más grande ya no leería comics o historias extrañas con naves, o de seres con mutaciones. La idea de que la ciencia ficción o la fantasía son géneros de evasión de la realidad andaba dando vueltas, y es muy probable que la escuela primaria haya tenido algo que ver (en una escuela de monjas escribir historias de seres con poderes no les parecía algo muy copado; why? lo entendí poco tiempo después). Pero la verdad es que esos gustos quedaron. Las historias fantásticas no se fueron para dejar lugar al jazz o a la música clásica. Las historietas no me abandonaron ni yo a ellas por alguna lectura más “seria”. De hecho, era lo único que me rescataba de aquel ambiente. Eran un refugio. Y a diferencia de las historias de catequesis, a estas otras sí les creía.
¿Por qué capturaban más mi atención estas historias de planetas ignotos o artefactos estrambóticos? Porque sentía que sucedían cerca de mí, y eso se debía en gran parte a la explicación que justificaban los relatos. Las hacía posibles. Podían suceder en un futuro cercano o lejano, estar sucediendo ahora mismo en otro planeta o enfrente de tu casa, y no lo sabías. Pero te dejaban una idea. Y es así como concibo a la ciencia ficción (CF) como el género de las ideas.

 En 1926 aparecía Amazing Stories, publicación de CF fundada por Hugo Gernsback (¿Te suenan los premios Hugo a la CF y Fantasía? Bueno, es por él).
Primer número de Amazing Stories.
Versión japonés del premio Hugo, y un amigo de la casa, N. Gaiman, mereciendoselo por Dr. Who.

   Él sostenía una idea bastante discutible sobre el rol de estas historias. Gernsback pensaba que el género debía tener como propósito enseñar ciencias, e identificaba 3 aspectos de la CF: narrativa, información científica y predicción. En algún punto su concepto se volvía un sermón científico medianamente adornado. Amazing stories no pudo evitar la caída de sus ventas al aparecer otras publicaciones que hacían más hincapié en el entretenimiento, y para fines de 1930 se declaró en bancarrota.

   En mi opinión, el problema es que utilizaba las historias para enseñar ciencia. No lo exclusivamente necesario para que la historia funcionase o se entienda entendiera, sino que quería darte una lección. Y para ilustrarlo mejor, recurro a la imagen de las verduras escondidas en el puré: entendiéndose a las verduras como la parte negativa (lo científico) y al puré como lo más recreativo del relato. El punto justo es, para mí, haberse comido las verduras tan bien escondidas en el puré, que nunca te diste cuenta de que estaban ahí. Y una de las peores cosas que pueden suceder es que el lector se dé cuenta de que le estás dando una lección.
 
Elemento visual totalmente ilógico, pero que le decía sin equivocación al espectador cuando Marty lograba o no su objetivo.
            
    Así como usé la imagen de las verduras y el puré, creo que lo mismo aplica para ciertas explicaciones científicas. La idea (a veces) es encontrar aquello que sirva de metáfora y con eso conectarla a algo mucho más concreto y habitual. Y así, como da cuenta la última imagen, se puede aplicar la regla “don’t tell me, show me”.

INTERSTELLAR ART ATTACK. Agarramos un papel, lo doblamos por la mitad, y luego lo atravesamos con un lápiz. ¡Listo! Hicimos un agujero de gusano.
  
  Por último veamos un ejemplo en las historietas de la Silver Age.    
 Para pasar por la aprobación del CCA (Comic Code Authority, ente autorregulador de contenidos), que observaba si las historietas eran apropiadas como lectura para los más jóvenes, muchas veces los guionistas insertaban conceptos científicos (o de otra índole), de manera un tanto brusca.

        
Se entiende que a Ray Palmer le cueste llevar ese fragmento de estrella enana blanca hasta el auto, porque debería estar pesando 45 toneladas.


         Más allá del asunto del CCA, estar al tanto de cualquier avance o innovación científica les servía para usarlos en las historias y pagar las expensas. Así aparecen personajes como Hulk, Magneto, Spiderman, Elektro, etc.                            
Capo con la electricidad, pésimo con la estética. Y obviamente el transeúnte promedio de New York sabe lo que todos deberíamos saber sobre electromagnetismo. 
Año 2013. El guionista J.Hickman se vale de un esquema para que el científico R. Richards le explique al curso la teoría de los universos paralelos.      

                En los comics de CF se ensayan preguntas y respuestas. Y aunque la edad media de lectores y la complejidad de las historias hayan cambiado con el paso del tiempo, aún se siguen usando aquellos temas que siempre generaron preguntas, como la posibilidad de encontrar vida en otro planeta o la Inteligencia Artificial. Y sobre esto último, Brainiac a esta altura debe saber suficiente.